A mis soledades voy
Lope de Vega
A mis soledades voy,
de mis soledades vengo;
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
¡No sé qué tiene el aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo
no puedo venir más lejos!
Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento,
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio;
él dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento:
que humildad y necesad
no caben en un sujeto.
La diferencia conozco,
porque en él y en mí contemplo
su locura, en su arrogancia;
mi humildad, en su desprecio.
O sabe naturaleza
más que supo en otro tiempo,
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.
Sólo sé que no sé nada,
dijo un filósofo, haciendo
la cuenta con su humildad,
adonde lo más es menos;
no me precio de entendido
de desdichado me precio;
que los que no son dichosos,
¿cómo pueden ser discretos?
No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado
y que ha de romperse presto.
Señales son del juicio
ver que todos le perdemos;
unos por carta de más,
otros por carta de menos.
Dijeron que antiguamente
se fue la verdad al cielo:
¡Tal la pusieron los hombres,
que desde entonces no ha vuelto!
En dos edades vivimos
los propios y los ajenos:
la de plata, los estraños,
y la de cobre, los nuestros.
¿A quién no dará cuidado,
si es español verdadero,
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?
Dijo Dios, que comería
su pan el hombre primero
en el sudor de su cara,
por quebrar su mandamiento;
y algunos inobedientes
a la vergüenza y al miedo,
con las prendas de su honor
han trocado los efectos.
Virtud y filosofía
peregrinan como ciegos:
el uno se lleva al otro,
llorando van y pidiendo.
Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento:
la mejor vida el favor,
la mejor sangre el dinero.
Oigo tañer las campanas,
y no me espanto, aunque puedo,
que en lugar de tantas cruces,
haya tantos hombres muertos.
Mirando estoy los sepulcros,
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua:
que no lo fueron sus dueños.
¡Oh, bien haya quien los hizo,
porque solamente en ellos
de los poderosos grandes
se vengaron los pequeños!
Fea pintan a la envidia;
yo confieso que la tengo
de unos hombres que no saben
quién vive pared en medio.
Sin libros y sin papeles,
sin tratos, cuentas ni cuentos:
cuando quieren escribir,
piden prestado el tintero.
Sin ser pobres ni ser ricos,
tienen chimenea y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones ni pleitos;
ni murmuraron del grande,
ni ofendieron al pequeño;
nunca, como yo, afirmaron
parabién, ni pascuas dieron.
Con esta envidia que digo,
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
a mis soledades vengo.
Fonte (v. 3 e 4): Guerra, M. 1981. El enigma del hombre, 2ª ed. Pamplona, EUNSA. Poema datado do início do século 17.
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