La teología natural
William Coleman
La teología natural, nunca ausente en el
pensamiento cristiano, prosperó enormemente entre 1650 y 1850, aproximadamente.
Era, decía Francis Bacon, “esa chispa del conocimiento de Dios que puede
tenerse por la luz de la naturaleza y por consideración de las cosas creadas”.
Su objetivo era divino, su tema era natural. Del microscopista Jan Swammerdam
(1637-1680) al reverendo William Paley (1743-1805), del gran naturalista John
Ray (1627-1705) al geólogo apologista William Buckland (1784-1856),
generaciones de naturalistas describieron ejemplos de la sabiduría y el poder
divinos en la naturaleza. Al estudiar las plantas y los animales, uno aumentaba
su conocimiento de la naturaleza y simultáneamente glorificaba al Creador de la
naturaleza. Hacia 1800, la práctica había avanzado mucho. Se hacía hincapié en
la perfección relativa del organismo y se ignoraban ampliamente sus
imperfecciones. El ‘propósito’ del organismo tenía que establecer las
condiciones por las cuales esa criatura podía existir, prosperar y
reproducirse. Tal propósito, que hacía manifiesta la intención de Dios,
abarcaba la exquisita armonía de las partes del cuerpo entre sí y con las
funciones a las que servían, el ajuste del organismo a su ambiente y la providencial
provisión de plantas y animales particulares para todo deseo o placer del
hombre.
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